El edificio fue construido entre 1751 y 1770 por el arquitecto Ildefonso de Iniesta para la orden de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en la antigua calle del Arco de San Agustín, hoy República de El Salvador número 49. Fue financiado por Antonio Calderón Benavides, devoto de San Felipe Neri, luego de padecer una enfermedad tras la cual prometió que si era curado por intercesión divina, dedicaría un espacio religioso y formaría una congregación dedicada a la vida contemplativa.
La congregación optó por trasladar a su sede al Templo de La Profesa, el cual había sido desalojado tras la expulsión de los jesuitas de la Nueva España en 1767. En lo sucesivo el edificio entró en declive, siendo incluso sede de un establo y de caballerizas. A partir de 1857 el edificio albergó al Teatro Arbeu, un importante centro teatral fundado por Porfirio Macedo como forma de homenaje a su suegro Francisco Arbeu. Por su escenario pasaron artistas como Anna Pavlova y Enrico Caruso. El teatro dejó de funcionar en 1954. En 1959 fue expropiado para convertirse en propiedad federal.
A finales de los años sesenta, el edificio fue restaurado para albergar la biblioteca, recuperándose su fachada original de estilo barroco a cargo del arquitecto Carlos Chanfón.
De 1972 a 1982, el pintor Vlady realizó la obra La Revolución y los Elementos en la sala principal de la biblioteca, convirtiéndose en la obra más ambiciosa del autor y a la que dedicó una gran cantidad de tiempo. La técnica ocupada para los más de dos mil metros cuadrados de superficie fue el fresco.
El primer espacio en ser pintado por Vlady fue una capilla lateral ahora conocida como Freudiana, en donde alude al autor, al psicoanálisis y a la revolución sexual. La siguiente parte llevaría al artista varios años de trabajo y se convirtió en un reto personal al desplegar personajes, símbolos y referencias culturales dentro del concepto de la revolución, comunicando del artista "la cultura enciclopédica y su imaginación febril". El propio proceso creativo para el despliegue del programa de los murales fue un cuestionamiento profundo para el propio Vlady.
Tenía muchas dudas. Me preguntaba: ¿tengo libertad? ¿La estoy usando? ¿No será que hago concesiones? Y además, ¿para quién pinta uno? Para los demás. ¿Cuáles demás? Al final, siempre es para una sola persona. ¿Acaso Leonardo pintó la Gioconda para los miles de turistas que la están viendo ahora? Entonces, ¿para quién voy a pintar yo? Sentía que mi verdadero cometido como pintor era intentar hacer algo que no se había hecho, que no se podía hacer.
Vlady sobre el inicio de los murales.
El mural fue elogiado por el escritor Allen Ginsberg y el poeta Andrei Voznesensky.
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