sábado, 16 de julio de 2016

¿Que esta sucediendo con Pokémon Go?

Detén todo lo que estés haciendo que Píkachu anda corriendo por ahí, uno de los pokémones más codiciados. Sería un sacrilegio dejar que se escape. ¿Dónde lo encontré? Dentro de un museo, justo detrás de una de las piezas más importantes que alberga el MoMA. Nunca había estado aquí, pero el mapa del juego me dijo que se escondía uno de mis personajes favoritos, así que me decidí a venir. Ya que lo capturé me puedo ir de este lugar…


Por supuesto, yo no estoy en el MoMA, ni mucho menos tengo instalada la app Pokémon GO. No me niego a descargarla y sé que cuando lo haga tendré muchas horas de diversión como todas las otras persona que llevan atrapando a estos monstruos de bolsillo desde hace unos días. Pero escribí ese pequeño relato para ejemplificar un posible fenómeno que se está aproximando.

En todo el mundo, cada vez son menos las personas que asisten a un museo. A los jóvenes no se les hace atractivo visitar estos recintos sagrados de historia y conocimiento. Para ellos, la palabra museo es sinónimo de aburrición. Nadie los culpa, porque cuando se tiene la libertad y la energía de recorrer las calles y descubrir los secretos de la vida, un par de aleatorios trazos en una pintura de Kandinsky, por ejemplo, es algo totalmente innecesario para la vida.


Al parecer, la compañía NianticLabs sabe sobre esta crisis e intenta fomentar la visita a dichos lugares. Viéndolo en cifras, el juego acaba de rebasar el número de descargas de WhatsApp. Diciéndolo de otra forma, hay más personas jugando Pokémon GO que comunicándose. Entonces, si mundialmente empiezan a aparecer pokémones en los museos, en unos cuantos días habrá una interminable cola para entrar al Museo de Bellas Artes, por ejemplo. En apariencia, este hecho promueve la visita a los museos, siendo una ayuda sin precedentes. Nunca se pensó que podrían ser tan populares estos recintos, pero lo serán, al menos en lo que dura la pokemanía.

Ya entrados en el terreno, sería justo analizar un poco más este fenómeno y poner sobre la mesa palabras como dinero, comunicación y arte. Lo primero que hay que dejar claro es que comunicación y arte van pegados de la mano. No todo lo que se comunica es arte, pero sí todo arte comunica algo. Por ejemplo, diariamente nos comunicamos con otras personas, trasmitiendo un mensaje mediante algún canal, pero no podríamos decir que es arte porque para serlo necesita cumplir con ciertas características estéticas. A menos que siempre hablemos poéticamente, podríamos decir que hablamos de manera artística.

Por otro lado, cualquier producto artístico comunica algo. Cuando van Gogh hizo “El dormitorio en Arlés“, por ejemplo, dijo que quería transmitir (comunicar) la pasividad que sentía después de todos los tragos amargos del día. Mediante el uso de colores claros quería crear una atmósfera tranquila, relajada y armoniosa. Por eso se dice que todo el arte comunica. Para que se cierre el círculo de la comunicación, quien recibe el mensaje debe estar atento –consciente– de la persona u expresión artística que tiene enfrente. Una vez que puso su atención en el enunciador y si tiene en común el código en el que está envuelto el mensaje, podrá descifrar el mensaje.

“Parece un acto inocente al ser un recinto que promueve el arte, pero con los argumentos antes expuestos, es claro que nadie va a ver las obras que resguarda”.

Lo maravilloso del arte es que todos compartimos el mismo código y el mensaje siempre puede ser recibido. Una vez que llegue a nosotros, sólo falta interpretarlo. El arte es muy subjetivo, así que no importa qué significado quieras darle la obra, toda interpretación es posible y “correcta”. Pero ¿qué pasa cuando una persona no está atenta al mensaje, ni siquiera está posando los ojos en la obra? No pasa nada. No se crea el maravilloso puente de comunicación y el arte pasa a hacer un adorno más del lugar.

Cuando las millones de personas en el mundo vayan a los museos a capturar sus pokémones favoritos, por estar viendo a través de la pantalla del celular se perderán de los maravillosos mensajes que ofrece una pintura. Entonces la visita será en vano; bueno, quizás no, porque el asistente ganará un monstruo más para su colección. Sería perfecto que un adolescente llegara al MoMa –lugar donde ya están disponibles estos seres virtuales– y en lugar de ver todo a través de su teléfono, se asombrara con la sublime “Noche estrellada” de van Gogh, sería maravilloso, pero es prácticamente imposible cuando se tiene enfrente a Pikachu.

Por eso creo que poner pokémones dentro de un museo no es una ayuda al mundo, mucho menos al arte, porque los jóvenes que llegan van a tener su atención a otras cosas. Entonces ¿cuál es el motivo de hacerlo? Una posible respuesta es por dinero. Si la gente no va a ir a ver arte, entonces sólo va a ir a pagar una entrada y pasearse con su celular en la mano. Esta premisa parece muy tendenciosa, pero quizá el MoMA fue el primer lugar que hizo tratos con la empresa Pokémon para que la gente empezara a asistir de manera masiva.

Parece un acto inocente al ser un recinto que promueve el arte, pero con los argumentos antes expuestos, es claro que nadie va a ver las obras que resguarda. En cambio, los bolsillos de los lugares aumentarán desmedidamente. Es posible que este maquiavélico plan funcione; que durante un corto tiempo, los pokémones más raros y codiciados habiten en lugares a cuyo acceso sea obscenamente caro. Así se completa el negocio y todos salen ganando. Ellos ganan un dinero extra, el cual nosotros perdemos, pero no importa, porque tendremos en nuestras manos a Mewtwo, uno de los monstruos más raros de la franquicia.

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